Dune

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Dune

David Lynch, 1984

El único largo que Lynch se arrepintió de haber hecho y que detestaba profundamente era Dune. Adaptar la saga literaria de Frank Herbert, en la que el heredero de la casa Atreides, Paul, lucha por el control del planeta Arrakis contra los Harkonen, no es tarea sencilla. El batiburrillo político –al contrario de lo que ocurre en la reciente adaptación de Denis Villeneuve, mucho más ordenada– no parece interesar demasiado al autor, sino el control de la preciada especia, un elemento que libera mente y espíritu. Por algo están Brian Eno y Toto en la banda sonora y hace acto de aparición un colocado Sting como malvado antagonista. Esta psicodélica y majestuosa nave encalló en las dunas de Arrakis, pero el estrambótico resultado ha generado con los años una legión de fans que han elevado a estatus de culto una estrafalaria, fallida, fascinante, titánica producción.

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